Su humanidad transmitía a Dios...

En el Hospital Clínico casi todos conocían al Padre Henry como «el americano». Cuando yo estaba con algún enfermo o trabajador del hospital y les preguntaba: «¿Conoces al capellán?», me respondían: «¿El americano, ese muy alto?». Muchas de las enfermeras le llamaban «el capellán guapo», a pesar de que yo insistía en que no se debe hacer ese tipo de comentario sobre un sacerdote. D. Julio Badenes, otro de los tres capellanes que trabajó muchos años junto al P. Henry, con quien se llevaba de maravilla, decía: «Lo que decían estas enfermeras era verdad.

Su humanidad era impresionante, pero es que su humanidad transmitía a Dios». El P. Henry no pasaba desapercibido. Hasta los que repartían la comida en la cafetería le querían. Algunos le daban doble ración, no sé si por su tamaño, su simpatía o una mezcla de las dos cosas. Siempre buscaba el bien espiritual de las almas. Hasta llegó a casar a una pareja que llevaba años de convivencia pero nunca había regularizado su situación. Solo pensaba en el valor de ganar un alma y no en los respetos humanos, o en la dificultad o incomodidad que pudiera suponerle.

Algo que me ha hecho y me sigue haciendo un bien inmenso era la sencillez con que vivía
el P. Henry. En muchas cosas era como un niño, pero con corazón muy grande, con espíritu de gigante. Trabajé varios años en el hospital con él, ¡y era tan normal! Era muy humano, en el buen sentido
de la palabra, y muy sensible también. Se alegraba, se cansa- ba, se entristecía, se llenaba de ilusión, alguna vez le vi enfadar- se (aunque siempre por causas nobles), pedía ayuda cuando lo necesitaba...