M i nombre es Anthony Jaramillo, tengo 22 años y vivo en Valencia. Nací en Ecuador, aunque he vivido prácticamente toda mi vida en España. En 2015, comencé la catequesis para recibir el sacramento de la confirmación en la parroquia de San Dionisio y San Pancracio. Pese a que tenía ya 15 años y había hecho la primera comunión, no fue hasta los casi 17 que fui a hacer mi segunda pero primera verdadera confesión.

Recuerdo estar en la parroquia, una semana antes del día de la confirmación, con los demás chicos con los que iba a recibir el sacramento y estar haciendo un examen de conciencia y a la espera. Llegaron dos sacerdotes. Uno de ellos era nuestro queridísimo P. Henry

Recuerdo que estaba un poco asustado, porque era larga mi lista de pecados ya que hacía tiempo que no me acercaba al confesionario. Providencialmente me tocó como confesor el P. Henry, que desde el primer momento me parecía muy majo. Fue una confesión muy reparadora, pues supo tratarme con total caridad y afecto; yo pensaba que me iba a tratar con palabras más severas, pero, al contrario, solo escuché palabras de ánimo y de serenidad alentándome para vivir una vida espiritual como «soldado del Señor», lo que iba a ser después de recibir al Espíritu Santo en la confirmación. No le importó lo que confesé, sino que buscó que yo me fuera de allí con la seguridad y tranquilidad de que Dios me amaba y me había perdonado. Esa fue una de mis primeras experiencias con el P. Henry

En otra ocasión en la que nos encontrábamos en un coche, a punto de salir de viaje, resultó que el pulsador de la luz del interior del coche no se quedaba presionado y la luz permanecía encendida. El P. Henry tomó una estampa de la Virgen y la colocó en el borde del pulsador, de forma que este se mantuviese presionado y la luz se apagase. Se podría pensar que es un suceso nada extraordinario, pues aparentemente hizo algo lógico, pero lo siguiente que ocurrió fue lo que a mí me dejó pensativo. El padre dijo: ¿Veis, hermanos?, nuestra Madre siempre nos ayuda cuando la necesitamos. A mí, que por entonces era bastante escéptico, la situación me pareció como algo normal. Sin embargo, sus palabras me hicieron reflexionar sobre cómo ver a Dios y a Nuestra Madre en cada momento de nuestra vida.

Ahora comprendo mejor qué grande era la confianza y amor en el Señor y en Nuestra Madre que P. Henry tenía, y me anima a querer imitarle. Hoy en día soy miembro del HMJ y puedo decir que ha sido en gran parte por su celo apostólico con los jóvenes y por el amor a Dios con el que movía nuestros corazones.